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MONTAR EL ESTARIBEL

  • Foto del escritor: carrillopinillamar
    carrillopinillamar
  • 13 abr 2023
  • 5 Min. de lectura

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Supongo que muchos de ustedes han escuchado, o incluso, utilizado esta expresión. El sustantivo “ESTARIBEL”, según la RAE, equivale a una estantería o estante, frecuentemente colocados en una posición alta; vendría a ser una especie de montaje o entarimado, levantados sobre el suelo, o también, una especie de tenderete provisional o escenario donde colocar cosas (o personas) para ser vistos. Por extensión, además, la expresión “montar el estaribel” (aquí, donde yo vivo, en realidad, pronunciamos con la “S” aspirada, es decir, “montar el ehtaribé o ejtaribé) se emplea para referirse al barullo o tinglado organizado por muchas personas, un barullo no exento de cierto caos y desorden.


Significando, por lo tanto, lo que significa dicha expresión, creo que la misma puede emplearse y viene como anillo al dedo para describir e ilustrar los tiempos que se avecinan, o, en realidad, en los que ya nos hallamos plenamente inmersos: nos esperan, a la vuelta de la esquina, tres procesos electorales (elecciones municipales, autonómicas y generales), procesos en los que veremos desfilar por los diversos y engalanados “estaribeles” (todo sonrisas y buenas maneras) a los distintos candidatos (utilizo, ya lo saben ustedes, el masculino genérico, comprensivo de los dos géneros: masculino y femenino) de los diferentes partidos que concurren a esas elecciones. Y veremos cómo esos candidatos, previamente asesorados por los profesionales del marketing y la impostura, palmearán, cálidos, las espaldas de los esforzados ciudadanos; veremos cómo entrelazarán, en sus discursos, las manos, de manera que transmitan al electorado sensación de autoridad y confianza (ya saben ustedes, las manos a la vista siempre ¿verdad, candidatos?, o bien entrelazadas, o bien formando un medio rombo, los cinco dedos de una mano contra los cinco de la otra mano ¿verdad?); veremos a esos candidatos embutidos en sus mejores galas, aquellas que, previamente asesorados por los bien pagados asesores de imagen, los candidatos habrán elegido para comparecer ante el electorado; y una vez subidos a los estaribeles/escenarios, asistiremos a una verdadera orgía de mentiras y falsas promesas, trufadas con alguna que otra verdad y con una profusión de datos, gráficas y estadísticas, que variarán, eso sí, y ya lo saben ustedes, también, en función del candidato y su partido, ¿verdad, señores?


Verán, no es que yo tengo nada en contra de lucir ante el mundo lo más guapo y reluciente que uno pueda, claro que no; lo hacemos todos dentro de nuestras posibilidades y dentro del ámbito en el que nos movamos, ya público, ya privado; a todos nos gusta lucir una imagen pulcra y aseada, atractiva y atrayente, claro que sí… Ahora bien, cuando la imagen y el marketing sirven y se utilizan de manera ladina y espuria para enmascarar “la verdad y el fondo” de una cuestión, hay que estar alerta para desenmascarar lo que solo es imagen, forma, falsedad e impostura; y lo digo porque en la política “lo de menos” debería ser la imagen, y “lo de más” (lo verdaderamente importante), el fondo de la cuestión. Es intrascendente en un político (o debería serlo) su imagen, su carisma, su simpatía; si luce una corbata que le sienta bien, o por el contrario, carece de gusto en el vestir; debería resultar intrascendente, a efectos electorales, si una candidata luce una melena impoluta, bien teñida y mejor peinada, o si por el contrario, luce canas, aspecto avejentado y cansino…


En política, en cuestiones que atañen a la vida y al bienestar de los ciudadanos, lo único que debería importar es el fondo, es decir, si un político es un buen gestor, un gestor honesto y eficiente, cuya gestión se traduzca y redunde en beneficio de los ciudadanos; un gestor preocupado por el bienestar de aquellos a los que sirve y para los que trabaja… Da lo mismo si un político es simpático o antipático, un adonis o un callo malayo, si es hombre o es mujer, si es joven y vigoroso o ya peina canas… El único mérito que debe valorarse aquí es si el político es un buen gestor de los recursos públicos… un gestor, como ya he dicho, honesto y eficiente; un gestor alumbrado por el sentido común y una vocación verdadera de hacer cuanto esté en sus manos para que la vida de sus conciudadanos transcurra por caminos de prosperidad, libertad y paz. El único mérito que debería valorarse es el cumplimiento o el incumplimiento de aquellas promesas electorales vertidas en aquellos estaribeles.


A la hora de ejercer el derecho al voto, y por muy respetables que sean las ideologías y afinidades políticas de cada uno, el futuro elector debería preguntarse:


¿Cómo va mi vida? ¿Mi sueldo me permite llegar a fin de mes? ¿Puedo atender con holgura a mis gastos cotidianos de alimentación, vestido, energía, combustible, ocio…, o rozo ya los límites de la pobreza más descarnada? Cuando tengo un problema de salud: ¿me atienden pronto y de manera adecuada? ¿Mi pensión de jubilación, después de toda una vida de trabajo, me permite vivir con dignidad, o malvivo? ¿Puedo montar con prontitud la empresa que proyecto o me vuelvo loco y perezco entre trámites y demoras innecesarios? ¿Puedo dar a mis hijos una educación acorde con mis creencias o tengo que someterme a la tiranía ideológica de unos pocos?


¿Cómo va nuestra vida, señores? ¿Va bien, va mal?

Entre un 75 y un 85 por ciento de la población española tiene severísimos problemas, por no decir la absoluta incapacidad ya, de atender a sus gastos cotidianos. Nuestros ancianos (esos que se han pasado la vida trabajando y cotizando religiosamente, y que ahora, además, fíjense, dedican parte de su exigua pensión a ayudar económicamente a sus hijos y nietos —esclavos de una precariedad laboral sin precedentes—), no pueden descansar adecuadamente; carecen nuestros ancianos de recursos suficientes que les permitan alimentarse adecuadamente, calentarse, protegiéndose adecuadamente de los rigores del invierno... disfrutar de un descanso, en suma, que se han ganado a pulso. Y estas fatigas por las que atraviesan nuestros ancianos sí que deberían abochornarnos y provocarnos una vergüenza profunda.


¿Y vamos a seguir, señores, fijándonos en las corbatas, en las faldas, en las chaquetas, en los peinados, en las sonrisas, en las manos entrelazadas, en el carisma y la simpatía? ¿Y vamos a seguir votando mentiras y falsas promesas? ¿O vamos a atender a la gestión real, a la eficiencia y a la eficacia en la gestión de los recursos públicos?; ¿a los resultados reales y tangibles de la gestión? ¿Al cumplimiento o incumplimiento de los programas electorales?


Díganme ¿qué han hecho ustedes, señores candidatos, para frenar la indecente subida de precios? A mí se me ocurren algunas soluciones… no solo para frenar los precios de manera inmediata, sino para provocar una paulatina y constante bajada de los mismos… pero claro, les corresponde a ustedes, como cargos públicos, no a mí, ese trabajo. Cumplan con su función pública, aquella por la que se les paga su sueldo.


Déjense de estaribeles y escenarios, y gestionen con eficiencia, eficacia y honestidad. Dedíquense a resolver, y con prontitud, los problemas reales y sangrantes de sus conciudadanos.




 
 
 

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